miércoles, 26 de octubre de 2011

¿DÓNDE SE REÚNE ARTHUR CRAVAN? EN CHEZ JOURDAN


Arthur Cravan. Maintenant. El Olivo Azul. 2009. 


«Si quieres iremos en aeroplano  y volaremos / al país de los mil lagos, / Las noches allí son desmesuradamente largas / El ancestro prehistórico tendrá miedo de mi motor / Aterrizaré / Y construiré un hangar para mi avión con los huesos / fósiles de mamut».  Así rezan algunos de los versos  de Prosa del Transiberiano de 1913, obra de Frédéric Sauser Hall, aka Blaise Cendrars.

«El navío provocante de la Compañía Inglesa / Me vio tomar asiento a bordo terriblemente excitado, / Y muy feliz del confort del hermoso navío de turbinas / Así como de la instalación eléctrica, / Iluminando a chorros el trepidante camarote». Así suenan los versos de Silbato, el poema que inaugura el primer número de la revista Maintenant en 1912. Se los debemos a un tal Fabián Avenarius Lloyd, aka Arthur Cravan, mitad english garden mitad jardin français.

Estamos en 1912, París es la cocina de la primera hornada de vanguardias y Le Figaro un púlpito marinettista. Ese mismo año se publica el Manifiesto técnico de la literatura futurista, que arranca con palabras retadoras que refulgen con igual fuerza en Cravan o Cendrars: «En aeroplano, sentado en el depósito de la gasolina, calentado el vientre por la cabeza del aviador, sentí la inanidad ridícula de la vieja sintaxis heredada de Homero. […] Esto me dijo la hélice de la turbina, mientras iba disparado a doscientos metros sobre las poderosas chimeneas de Milán». Hexámetros aparte, la sintonía epocal es clara: la máquina como seducción, una ética erótica del metal. La excitación terrible por el hermoso navío que sintiera Cravan, el calorcito en el vientre de Marinetti, he aquí la inspiración para los apretones metalúrgicos del Crash de David Cronenberg. Pero seamos concretos: ¿por qué esa apología del cyborg?
               
          La atracción de Arthur Cravan por liarse el hatillo y tomar un barco en Le Havre para Nueva York, de ser un barco en Le Havre hacia Nueva York, está estrechamente ligada a su voluntad de vivir múltiples vidas.  La máquina («Con la industria, / en una audaz modernidad») es la asunción de una superación biológica, de la derrota del fatum del tiempo  y del esfuerzo empleados durante siglos para desplazarse o producir. El homo faber engrandece al hombre y ensancha sus destinos. Esa voluntad de superar lo dado, la condición más terrena –¡poder volar!–, implica una provocación ecológica, una desestabilización que reordena nuestras relaciones perceptivas y productivas con el mundo. Para ser un artista hay que ser, en el fondo, un provocador, reordenar lo que se daba. En 1912 había que amar las máquinas. Pues bien, los cinco números que publica Arthur Cravan de la revista Maintenant entre esa fecha y 1915, advenida ya la segunda oleada de vanguardias,  constituyen un verdadero breviario  sobre la provocación.

En poco más de sesenta páginas escritas enteramente por él, Cravan, que decíase pariente de Wilde, embalsama al célebre aforista y lo regresa de entre los muertos; ejecuta un socarrón ejercicio de mofa y befa  contra el mismísimo André Gide (vengando a su duelo inglés, pues Gide jamás favoreciera a Wilde en su juicio por homosexualidad; y vengando sin quererlo a otro con iguales preferencias, Proust, cuya Recherche rechazara Gide como lector de Gallimard); ridiculiza al ilustre sector de los Salons con un repaso exhaustivo a todas las facetas del cubismo  y sus aledaños; o se dedica a ensayar nuevas formas para el discurso publicitario («Dónde se reúnen los poetas?... Los chulos?... Los boxeadores?... Chez Jourdan»).

Antes de morir a los  treinta y uno en el Golfo de México, donde se ahogaría Hart Crane un tiempo después, Cravan todavía tuvo tiempo de emprender una carrera como boxeador o de emitir los primeros relinchos del caballito dadá. Tela. Como nos cuenta muy bien el prólogo de la edición, en su última conferencia Cravan descerrajó algunos tiros y se lió a mamporros con los artistas asistentes, sesión previa de las performaciones de Hugo Ball en el Cabaret Voltaire. Y si no lo creen, lean el poema anexionado al final del libro y fechado en 1917, un año antes del Manifiesto Dada, y luego dense una vuelta por el Hombre aproximativo de Tristan Tzara. Las conclusiones saltan a la vista.

En suma, un buen trabajo de arqueología editorial que acerca al lector en castellano  uno de los mayores héroes del vanguardismo internacional.


 Publicado originalmente en  http://www.barcelonareview.com/71/s_resen.html

2 comentarios:

  1. Regresaré armado y con tiempo (es decir, on fire), para apreciar tu talentosa mente poético-crítica-flow.

    Abrazo,

    VD

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  2. Esa muerte que sucederá el 4 y 5 y 6 de noviembre, brivoncillos.

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