Baladas del dulce Jim, Ana María Moix, Bartleby, Madrid, 2010, 84 págs.
¿Cómo? ¿Qué leches podrían tener que ver Medel o Pardo con esos
poetas grandullones? La respuesta la tiene Bartleby Editores y los libros de
poesía de la colección Lecturas21. Con la publicación en 2006 de Puedo
escribir los versos más tristes esta noche, de Félix Grande,
Bartleby iniciaba una labor de saneamiento poético. Se trataba de recuperar
–así lo confiesa el responsable de la colección, Manuel Rico– algunas de las
obras más importantes de la poesía española, desde la Guerra Civil
principalmente, bien porque habían caído en el olvido, bien porque solamente se
encontraban en recopilaciones (que desmerecen la autonomía del poemario) o de
forma fraccional y antologada. Cuatro años después, amén de la obra del señor
Grande, el lector dispone en edición exenta de obras tan importantes como Tratado de urbanismo o Blues castellano. Pero además de esa labor de
conservación, Lecturas21 rompe una lanza por la proyección.
El gesto de la recuperación supone la asunción de cierta tradición
poética y, a su vez, la recomposición de cierto canon tácito, devolviendo a un
lugar central la obra de poetas que se habían ido quedando misteriosamente al
margen (pienso en resurrectos comos Diego Jesús Jiménez, pero también en otros
como Miguel D’Ors o Manuel Padorno que todavía permanecen en el limbo injusto
del greatest hits). Editar
esas obras junto a un texto epilogal (“la lectura”) a cargo de poetas jóvenes
nacidos entre los sesenta y los ochenta –que a menudo tienen la misma edad que
las obras que comentan– supone una contribución interesante y novedosa al
panorama poético. Novedosa porque, como explican en Bartleby, tales lecturas
pretenden mostrar qué lugar ocupa la obra editada en la educación sentimental
del joven autor («con los componentes emocionales, sentimentales, anímicos (no
sólo de técnica poética), propios del joven de este siglo que lee un poemario
de un autor consagrado probablemente publicado por vez primera décadas antes de
que él naciera» –Manuel Rico dixit).
Así, la lectura del libro se convierte en una pieza reversible: podemos leerla
por su anverso poemático o por su reverso histórico. Esa novedosa lectura de
revés es también, decía, interesante por eso que tiene de informativa: traza
afinidades, agonías, relecturas o advierte de reverberaciones entre poetas. Y
ese ejercicio, que puede parecer ligero o sentimental, es lo más cercano a una
poética individual o a una reestructuración de las figuras del siglo XX en los
cánones del XXI. Un ejercicio más cercano a lo que ya Gimferrer decía en su
propia poética para Nueve
Novísimos («prescindir
de la elaboración, insufrible para mí, de una POETIKA (perdón Cortázar) al uso,
tras los delirantes excesos de J.R.J. (véase “Estética y Ética Estética”) y de
la mediocridad general de las poéticas insertadas en las antologías circulantes
últimas y no tan últimas»). A veces lo que un poeta desea es decir, simple y
llanamente, lo que le gusta. Y a veces «lo que me gusta es tocar la trompeta en
una calle oscura; por eso escribí las Baladas del dulce Jim». Palabras éstas de Ana María Moix, en la misma
antología novísima. Y es que la primera obra de Moix,
publicada en 1969, es el ejemplo más reciente de esas Lecturas21, rescatada
este mismo octubre y leída por Pilar Adón (Madrid, 1971). Con ella se recupera
una voz prácticamente escondida (es significativo que el ejemplar de su poesía
completa que alberga la red de bibliotecas de Barcelona se hallara todavía hoy
intonsa: tuve que echar mano de cúter), reconocida más bien por su labor como
novelista a lo largo de todo el XX (su producción poética tiene unas fechas muy
estrictas: 1969-1972).
Baladas del dulce Jim supone la acreditación poética
para una poetisa que, sólo un año después, iba a sacar a la luz un libro
descomunal como es No time for
flowers (1970), con
un fulgor y una fuerza parecidos al de Blanca Andreu y su Niña de provincias (1980).
Siguiendo un estilo muy pero que muy similar al de su compañero de fatigas
castelletescas, Leopoldo María Panero, en su primerizo Así se fundó Carnaby Street (1970), en las Baladas de
Moix, poemario cuyo asunto me parece inenarrable (si bien Pilar Adón habla de
adolescencia y madurez, de libertinaje formal), convergen motivos y referentes
sacados directamente de la gran pantalla con biografemas de la propia Moix
disfrazados de historieta neorromántica («Todo en la vida es como una canción»,
dirá en Nueve
Novísimos). A nivel formal la autora realiza los primeros
estiramientos para esa poesía al sprint que es No Time for flowers, con quien parece
inexplicablemente conectada (persiste el tema del crimen, la ambientación
mítica e incluso el eco de su anterior libro: en ambos libros se interpela a
«Federico»). En cuanto a las Baladas,
la naiveté de la rima facilona se da la mano con
la seguridad terminal con que escribe «Todo esto sucederá siempre» o con el uso
desenvuelto de la elipsis cinematográfica (ahí la proximidad con el Panero
cinéfilo). Las nuevas formas de narrar del montaje cinematográfico, sin peajes
explicativos ni espaciotemporales, devendrá a-narración en el texto poético,
perdidos los recursos visuales de los que se vale el cine para desplazarse con
facilidad en el tiempo y establecer relaciones lógicas en la historia que se
cuenta. Un ejercicio que enNo time for flowers será
frenético.
En cualquier caso, ahora ya lo saben, solución al ejercicio
1: Ana María Moix, Pilar Adón.
Poesía
del veinte, en el veintiuno.
*Reseña publicada originalmente en Revista de Letras, en noviembre de 2010:
*Reseña publicada originalmente en Revista de Letras, en noviembre de 2010: