martes, 13 de diciembre de 2011

ECUACIONES DE PÁJAROS



Benjamin Péret, El núcleo del cometa, Editorial Argonauta, Buenos Aires, 2011




En 1924, en el último párrafo del Primer manifiesto surrealista, André Breton decía a propósito de Robert Desnos que este era quien más cerca estaba de la verdad surrealista: “Desnos habla en surrealista cuando le da la gana”, que en su voz fluía a la perfección su pensamiento y que si no lo fijaba en palabras era porque “prefiere hacer otras cosas más importantes”. Por aquél entonces, mientras Desnos era el poeta interesado en la hipnosis, donde había acampado al raso, Péret, a pesar de ser un miembro decisivo en la creación del movimiento surrealista, era simplemente el poeta enigmático que hacía “ecuaciones de pájaros”. Con el tiempo Desnos y Breton se alejarían por divergencias poéticas y en 1966, en su Antología del humor negro, Breton diría de Péretl:“Nadie más realizó plenamente sobre el verbo la operación correspondiente a la ‘sublimación’ alquímica que consiste en provocar la ‘ascensión de lo sutil’ mediante su ‘separación de lo espeso’.”Lo espeso, aquí, será “esa corteza de significado exclusivo con la que el uso ha recubierto todas las palabras y que no deja prácticamente espacio para sus asociaciones”. Y con esto llego a donde me interesa. Es cierto que hoy en día, aleccionados por lecturas y lecturas de Aleixandre, Lorca, Pizarnik o incluso el Walt Disney de La bella y la bestia, a nadie sorprende la estrategia de los surrealistas y la creación asociativa es un recurso habitual en el zurrón poético. Pero no está de más poner las cosas en su sitio y abrillantar ciertos nombres.

El núcleo del cometa que acaba de publicar la Editorial Argonauta no es ningún cimiento, pero es un  espléndido poliestireno expandido para rellenar fisuras groseras, uno de esos trabajos editoriales que permiten, con calzado sigiloso, que no nos falte de nada en las librerías. Este volumen, de apenas 150 páginas, traduce el ensayo Le noyau de la comète, texto introductorio que escribiera Péret para su Antología del amor sublime de 1956. Le sigue una breve recopilación de poemas de sus libros más significativos, con especial énfasis en su obra de 1936, Je sublime. En esa anfibología (“yo, sublime” o “yo sublimo”) está la conexión con el ensayo estelar y una clave verbal que es la espina más gorda del surrealismo. Además de un repaso muy recomendable por la historia del pensamiento erótico, El núcleo del cometa presenta una concepción amorosa (“sublime”) que aspira a una nueva plenitud, donde carnalidad y espiritualidad son imprescindibles para lograr una unión absoluta. Según Péret, el amor sublime alcanza sus cimas porque antes ha atravesado los repechos y ha mojado sus tobillos en los regatos que crecen al pie. No hay que ser muy listo para ver en esta idea el celofán erótico de una poesía automática que no teme a la combinación más sorprendente. El pack del amor no es que incluya el folleteo, es que lo exige como materia medular. La creación poética no puede, tampoco, caminar por el barro levantándose las faldas. Hay que mezclar, alambicar, probar una y otra vez hasta encresparse el pelo y llenarse la cara de azufre. En este sentido, las raíces combinatorias son muy distinguibles en Péret, y por eso su lectura resulta, además de fascinante, toda una lección de cómo mezclar la esfera natural, el mundo industrial y la sección de objetos domésticos.

Por último, este libro es también una muestra de las conexiones entre Francia y Sudamérica. Como ya sucediera en la french connection de Darío y Amado Nervo, enlazados con Verlaine o Catulle Mendés; los poemas del libro de Péret (traducidos en su mayoría por los poetas Aldo Pellegrini y César Moro, argentino uno y peruano el otro) son la prueba de las conexiones entre el primer surrealismo francés y la deriva transoceánica, a partir de la traducción y difusión de los textos franceses en revistas sudamericanas. Así, este libro permite seguir trazando trayectorias radiales en torno al surrealismo nuclear, como es el caso de la recuperación del libro del propio César Moro, La tortuga ecuestre y otros poemas en español (Biblioteca Nueva, 2004) o los textos de la ramificación estadounidense del Grupo surrealista de Chicago en ¿Qué hay de nuevo, viejo? (Pepitas de calabaza ed., 2008). 


ANTOLOGÍA DE ANSIOSOS

VV. AA., La escuela de Wallace Stevens, Vaso Roto ediciones, 2011, con textos introductorios de Harold Bloom. Traducción de Jeannette L. Clariond 



Tengo un problema con Harold Bloom (Nueva York, 1930), lo confieso. Por lo general, sus tesis principales son comprensibles: el don puro del genio;  la agonística que implican las relaciones interpoéticas y que resume bajo el concepto de misreading o dialéctica entre la presión de la influencia y la libertad creativa que esa misma influencia permite; la expresión de ese combate en un ejercicio de imaginación que nos conmueve y encumbra nuestra percepción; el abordaje crítico amparado fundamentalmente en la estética; etcétera. Pero esta comprensión básica no es suficiente y Harold Bloom me frustra. Su análisis crítico siempre me ha parecido estar más próximo a la verdad poética, que carece de argumentación, y echo de menos una logopedia mínima que tenga en cuenta que hay un lector al otro lado que no es experto en cabalística ni en gnosticismo. No hay problema, hablemos de cábala, hablemos de gnosis, apelemos al clinamen y a la etimología de las cartas paulinas, pero Bloom a menudo no cumple con el rigor argumentativo, la cohesión y la luminosidad que debería tener un texto supuestamente divulgativo, por compleja que sea la materia. El mismo Canon occidental es un tesoro de ilusiones perdidas, de conatos ilustrativos que terminan en mera aseveración. 

La escuela de Wallace Stevens presenta una antología de poesía norteamericana (17 poetas, de Stevens a Li-Young Lee) pespunteada por textos introductorios a cargo de Bloom (introductorios en el sentido meramente ordinal), concertada y orquestada por Jeannette L. Clariond, a quien debemos un prólogo brillante.  Si tenemos en cuenta que los poemas seleccionados vienen dados por las introducciones de Bloom (son los ejemplos que él cita, mayormente), he aquí un modo perfecto para aproximarnos a esa poesía que Bloom llama emersoniana, orfismo estadounidense o sublime americano (una lectura paralela de su La religión americana dará sus frutos), donde sobresale la exaltación del yo como un cosmos en perpetua transición, un yo daimonizado que dialoga cara a cara con la naturaleza. La propuesta de la editorial Vaso Roto es una lectura jerarquizada de todo un siglo de poesía a raíz de las obras de Hart Crane (El puente) y Wallace Stevens (Las auroras de otoño), a partir de las cuales se desprenderían luego Bishop, Ashbery o Mark Strand. A pesar del título, luego se desmiente esta organización y se instaura a Stevens como verdadero gran padre. Un Stevens que, en realidad, es Emerson. Dice Clariond en su texto: “La escuela de Wallace Stevens se nutre de Longino en el sentido sublime y de Ralph Waldo Emerson en su mirada a la naturaleza”.  Longino no me parece tan decisivo, pues Bloom habla de sublime americano, esto es, emersonismo –que ya lo subsume–, al que se refiere como verdadera veta nativa de la poesía norteamericana. 

Si hay un lugar donde Bloom se expresa claramente a propósito de Emerson es en su libro ¿Dónde se encuentra la sabiduría? Ahí encontramos las dos vertientes que, en mi opinión, recorren esta antología. Por un lado,  el anverso poderoso, en palabras de Emerson: que “reside en el momento de transición de un pasado a un nuevo estado, en cruzar velozmente un abismo, en lanzarse a por un objetivo”, eso que Bloom llama la desencarnación/encarnación del poeta órfico, y que tan bien representa el poema de A. R. Ammons, ‘Ensenada Carsons’. El reverso es esa necesidad de comunidad que exalta el yo en lo uno: “compartir la naturaleza del mundo”, ese vérselas cara a cara con la divinidad que trasluce una soledad dolorosa y  que ejemplifica un verso de Anne Carson: “Una forma de postergar la soledad es interponer a Dios”, donde Dios funcionaría como lugar de integración  donde el yo se exalta. Si bien el criterio de Clariond/Bloom es sólido y funciona la selección, no así los textos introductorios de Bloom: las fuentes de estos son dispares (son publicaciones de 1976, 1998 o 2003) y por ello se echa de menos cierta continuidad en el discurso. Salvando esa consideración y por encima de mis problemas con Bloom, este es un recibidor de lujo para descubrir una tradición poética arrolladora. 


Texto publicado originalmente en Quimera, número 337.