VV. AA., La escuela de Wallace Stevens, Vaso Roto ediciones, 2011, con textos introductorios de Harold Bloom. Traducción de Jeannette L. Clariond
Tengo un problema con Harold Bloom (Nueva York,
1930), lo confieso. Por lo general, sus tesis principales son comprensibles: el
don puro del genio; la agonística que
implican las relaciones interpoéticas y que resume bajo el concepto de misreading o dialéctica entre la presión
de la influencia y la libertad creativa que esa misma influencia permite; la
expresión de ese combate en un ejercicio de imaginación que nos conmueve y
encumbra nuestra percepción; el abordaje crítico amparado fundamentalmente en
la estética; etcétera. Pero esta comprensión básica no es suficiente y Harold
Bloom me frustra. Su análisis crítico siempre me ha parecido estar más próximo
a la verdad poética, que carece de argumentación, y echo de menos una logopedia
mínima que tenga en cuenta que hay un lector al otro lado que no es experto en
cabalística ni en gnosticismo. No hay problema, hablemos de cábala, hablemos de
gnosis, apelemos al clinamen y a la
etimología de las cartas paulinas, pero Bloom a menudo no cumple con el rigor
argumentativo, la cohesión y la luminosidad que debería tener un texto
supuestamente divulgativo, por compleja que sea la
materia. El
mismo Canon occidental es un tesoro
de ilusiones perdidas, de conatos ilustrativos que terminan en mera
aseveración.
La escuela de Wallace Stevens presenta una antología de poesía norteamericana (17
poetas, de Stevens a Li-Young Lee) pespunteada por textos introductorios a
cargo de Bloom (introductorios en el sentido meramente ordinal), concertada y
orquestada por Jeannette L. Clariond, a quien debemos un prólogo brillante. Si tenemos en cuenta que los poemas seleccionados
vienen dados por las introducciones de Bloom (son los ejemplos que él cita,
mayormente), he aquí un modo perfecto para aproximarnos a esa poesía que Bloom
llama emersoniana, orfismo
estadounidense o sublime americano (una lectura paralela de su La religión americana dará sus frutos),
donde sobresale la exaltación del yo como un cosmos en perpetua transición, un
yo daimonizado que dialoga cara a
cara con la naturaleza. La propuesta de la
editorial Vaso Roto es una lectura jerarquizada de todo un siglo de
poesía a raíz de las obras de Hart Crane (El
puente) y Wallace Stevens (Las
auroras de otoño), a partir de las cuales se desprenderían luego Bishop,
Ashbery o Mark Strand. A pesar del título, luego se desmiente esta organización
y se instaura a Stevens como verdadero gran padre. Un Stevens que, en realidad,
es Emerson. Dice Clariond en su texto: “La escuela de Wallace Stevens se nutre
de Longino en el sentido sublime y de Ralph Waldo Emerson en su mirada a la
naturaleza”. Longino no me parece tan decisivo,
pues Bloom habla de sublime americano,
esto es, emersonismo –que ya lo
subsume–, al que se refiere como verdadera veta
nativa de la poesía norteamericana.
Si hay un lugar donde Bloom se expresa claramente a
propósito de Emerson es en su libro ¿Dónde
se encuentra la sabiduría? Ahí encontramos las dos vertientes que, en mi
opinión, recorren esta antología. Por un lado, el anverso poderoso, en palabras de Emerson: que
“reside en el momento de transición de un pasado a un nuevo estado, en cruzar
velozmente un abismo, en lanzarse a por un objetivo”, eso que Bloom llama la
desencarnación/encarnación del poeta órfico, y que tan bien representa el poema
de A. R. Ammons, ‘Ensenada Carsons’. El reverso es esa necesidad de comunidad
que exalta el yo en lo uno: “compartir la naturaleza del mundo”, ese vérselas
cara a cara con la divinidad que trasluce una soledad dolorosa y que ejemplifica un verso de Anne Carson: “Una
forma de postergar la soledad es interponer a Dios”, donde Dios funcionaría como
lugar de integración donde el yo se
exalta. Si bien el criterio de Clariond/Bloom es sólido y funciona la
selección, no así los textos introductorios de Bloom: las fuentes de estos son
dispares (son publicaciones de 1976, 1998 o 2003) y por ello se echa de menos cierta
continuidad en el discurso. Salvando esa consideración y por encima de mis problemas
con Bloom, este es un recibidor de lujo para descubrir una tradición poética
arrolladora.
Texto publicado originalmente en Quimera, número 337.
Texto publicado originalmente en Quimera, número 337.
Gracias por tan lúcida reseña. Respeto los puntos de vista que difieran de los míos, por supuesto, de eso trata la lectura. Me quedo pensando si Longino tiene o no que ver con lo Sublime. Desde mi óptica, Nietzsche se nutre de él, como se nutre de Emerson (no viceversa) para hablar de los poetas "fuertes", esos que logran transgredir las pautas de unatradición, para hablar desde un sí mismo "esforzado". Jeannette L. Clariond
ResponderEliminarGracias por tu aportación, Jeannette. Un placer. En cuanto a lo de Longino-Emerson, entiendo que lo que dices es que la raíz de la concepción sublime proviene de Longino. Pero creo que pensamos lo mismo (yo me remito a mi lejana lectura de Longino), que en Bloom esa idea está mediatizada por Emerson, ¿no? En cualquier caso, tú estás mucho más familiarizada con la cuestión, lógicamente. Un abrazo!
ResponderEliminarMuy bonita
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