Como higuera en un campo de golf, Antonio Cisneros, Kriller 71, Barcelona, 2012
Hay debate, en la hora descriptiva, sobre si la higuera es un
arbusto o un árbol de pequeña dimensión. “Su corazón es una higuera”, dice
prontamente el poeta limeño Antonio Cisneros en un verso de 1962. El pasado 6
de octubre a Cisneros se le encogieron el cuerpo y el alma hasta alcanzar el
tamaño de un pequeño árbol, o de un arbusto, pero no hubo duda sobre sus
frutos: había producido una de las mejores obras poéticas de la literatura
peruana.
El fruto de la higuera, también conocida como ficus carica, es el higo. La higuera es
típica del Mediterráneo, pero también de la costa del Perú. El fruto de la
higuera se consume fresco, pero a diferencia de otros brotes botánicos, el higo
conserva su poder nutritivo una vez seco, al cabo del tiempo. Algo parecido
sucede con Cisneros y su libro Como
higuera en un campo de golf, que nos trae la nueva editorial barcelonesa Kriller71 para inaugurar deliciosamente su catálogo. Como higuera en un campo de
golf se publicó en Perú en 1972, el mismo año que la agencia española del
ISBN empieza a registrar las publicaciones. Si consultamos este archivo y
tecleamos el título de marras, tan solo aparece la edición de 2012. ¿Pero cómo?
Sí, resulta que han hecho falta 40 años para podernos llevar ese fruto a la
boca. Cuarenta años de sequía y cayó la higuera, pero el higo sigue intacto.
Antonio Cisneros perteneció a la llamada “Generación del 60”
de la literatura peruana, junto a nombres como Javier Heraud, Rodolfo
Hinostroza o Luis Hernández, reunidos por lo común en torno a la
limeña Universidad Nacional Mayor de San Marcos. En una década de euforia
reivindicativa y furor político a escala mundial, la literatura peruana (y
concretamente la poesía) daría un giro hacia la modernidad gracias, entre otras
cosas, a la relectura de la última tradición inglesa (Eliot, Pound, Lowell…) y
la introducción del registro conversacional. Un movimiento muy parecido al que
realizaría, por el mismo entonces, la poesía española de finales de los 60, ya
sea a cargo de los poetas del 50 que recorrieron el camino de la ironía de
línea clara (Ángel González o Gil de Biedma) o los jóvenes sesentayochistas que
habían leído furiosamente a Eliot y hondeaban la bandera de la novedad.
Cisneros, como Deleuze, no soportaba a los animales
domésticos: “Un chancho hincha sus pulmones bajo un gran limonero / mete su
trompa entre la Realidad / se come una bola de Caca / eructa / puajj / un
premio.” Así dice el primer poema del libro, ‘Arte poética’, una clara declaración
de intenciones. El poeta se dedica a hurgar en la realidad, que es execrable, y
emite sus conclusiones, entre el humor y la amargura, que quizá sean las cifras
del sarcasmo.
Como higuera en un
campo de golf tiene
un contexto bastante concreto. Dos años después de licenciarse, Cisneros
abandona su país, en 1967, para dar clases en distintas universidades. Cuando lleve
a cabo su escritura, estará viviendo en Niza y ya habrá pasado su etapa inglesa,
presidida por la absorción de cierta poesía británica y el desengaño político
de raigambre ideológica. Cisneros, residente en la Costa Azul, se siente, al
filo de la década, como una higuera en medio de un campo de golf. Quedan atrás
sus primeros libros, donde la tierra juega un papel importante, queda atrás,
bien lejos, el país, la familia. Cisneros soporta la lejanía y la imagen de su
resistencia es ese ficus humilde de su primera producción poética, cien por
cien peruana. Ese campo de golf es Europa, el país del deporte, sumisión sofisticada de lo salvaje. Lo corroboran (y
ahí están, en mi opinión, dos grandes perlas de este libro) poemas como
‘Denuncia de los elefantes’ (donde Tarzán es una figura del colonialismo) y,
sobre todo, el sobresaliente ‘La caza de la liebre (1887)’, donde la ironía
afila al máximo la inteligencia. Muchas cosas es este poemario. En palabras de Aníbal Cristobo, su editor, por ejemplo, es una
crítica al etnocentrismo europeo. Pero también es una marea de turistas que
irremediablemente visitarán el Duomo, es un par de postales que van directas
hacia Lima, o es la enseñanza nostálgica de “los usos del amor –la cópula y el
cansancio–“…
Sea como sea, ahora que el higo está en el suelo, la mano
habrá de tomarlo.
*Publicado originalmente en el número de noviembre de 2012 de la revista Quimera
He tenido la suerte de llegar a tu blog por medio de Carlos Fernández y la verdad te agradezco tus lecturas y que compartas tus críticas.
ResponderEliminarNo por chauvinista, sino porque me gusta la poesía, gracias por el texto sobre la poesía de Toño, mi coterráneo.
Saludos.
Me alegro de que te guste, ¡un saludo, José Agustín!
ResponderEliminarUnai