Compro oro, Harkaitz Cano, Huacanamo, Barcelona, 2011, 79 páginas.
Con cinco años ya de labor poética (dejamos aquí al margen narrativa y
ensayo), la editorial barcelonesa Huacanamo parece que poco a poco va
precisando el eje mayor de su intervención literaria. Una base que ha ido
asentándose en lo que hacia finales de los años noventa empezó a llamarse (y
podemos mantenerlo con generosa manga ancha) “nuevo realismo”, expansión o reverso
de aquella poesía urbana a la medida del ciudadano que pregonara, sobre todo,
Luis García Montero y que tiene su momento climático entre finales de los 80 y
la primera mitad de los 90. Si este hablaba de una “musa vestida con vaqueros”,
el nuevo realismo focaliza su atención en rotos y costurones. Una línea cuyos hitos principales
se pueden enunciar en varios acontecimientos: la publicación de Las afueras (1997) de Pablo García
Casado, la antología Feroces (1998)
coordinada por Isla Correyero, el Homenaje a Charles Bukowski en Alcobendas (2001) o la consolidación de los nombres
de Roger Wolfe y Karmelo Iribarren con sendas antologías: La ciudad (2002) y Días sin pan (2007), respectivamente.
Es sobre estos dos últimos nombres donde Huacanamo ha depositado sus
primeras señas de identidad. En especial, el caso de Roger Wolfe: en 2008 daban
a la imprenta Noches de blanco papel,
la poesía completa del autor nacido en Kent, y se creaba una colección personal
para el autor. En cuanto a Iribarren, la tutela es compartida todavía con
Renacimiento, pues no en vano los sevillanos fueron casi los primeros en acoger
su poesía, desde 1995. Pero lo que consolida esta línea no es ninguno de estos
dos nombres capitales, sino la aparición de un tercer nombre, una generación
por debajo, que revalida este curso poético profundizando en él: hablamos del
guipuzkoano Harkaitz Cano (Lasarte-Oria, 1975) y su poemario Compro Oro, primera colección de poemas
escritos en castellano. Junto al libro de Cano, el mismo octubre pasado,
aparecían los poemarios de Pablo Casares (Quiénes
fuimos) y de Michel Gaztambide (Moscas
en los incunables), con senderos parecidos y denominación de origen vasca.
De Harkaitz Cano, al margen del euskera, manejábamos un par de libros
de poesía en castellano: la antología descatalogadísima de 2004, Interpretación de los temblores, y la
traducción en 2008 de Alguien anda en la
escalera de incendios a cargo de El Gaviero. Compro oro, por lo tanto, es su primer tête-à-tête con el
castellano y la oportunidad de disponer de Cano en las librerías. Si en Alguien anda…, escrito a caballo entre
Donosti y Nueva York, la escalera de incendios neoyorkina ocupaba un lugar
vital (en la tradición metalizada, con luces y sombras, de Lorca, Crane o Juan
Ramón Jimenez) como figura doble de acceso o huida en una ciudad “nutritiva y
hedionda”; esta vez, Compro oro, está
presidida por otra simbología arquitectónica: la ventanas. Desde las tres citas
iniciales que abren el libro hasta el título de algunos poemas (‘Reconciliación
con ventanas’), la ventana aparece como otro elemento de transición (pero de
mayor complejidad): lugar de visibilidad o indiscreción, opacidad o clausura,
reunión gráfica entre los espacios de la intimidad y la ciudadanía. De alguna
manera sintetizando los caminos de García Montero e Iribarren, el hombre vive
en esa línea limítrofe: “La ventana es la medida de nuestros sueños” (‘La
ventana discreta’).
Cano recoge las mejores enseñanzas
de Iribarren (el magnífico y breve ‘La cama del centro’, dedicado al
propio Karmelo y con el mismo modo silogístico y devastador del donostiarra) y de Wolfe (la burla culturalista o
metaliteraria, el juego amargo: véase
‘Lección de poesía (Kill Bill)’ o ‘Dejad en paz a Edward Hopper’),
llevándolas a un terreno un poco más lúdico y expandido, menos sobrio y más
lenguaraz. Las estrategias para retratar el cansancio las obtiene Cano mediante
los efectos de la yuxtaposición, con buenos resultados en ‘Pornomatón’,
‘Introducción al mundo carnal’ o ‘Antropología de la limpieza’.
En la sección de los peros, decir quizá que el conjunto no termina de
cuajar del todo por sus formas heteróclitas (suponiendo que la homogeneidad
fuera un valor estimable) y que las partes más humorísticas a veces resultan
simplemente “graciosas”. Pero, según tengo entendido, se trata más bien de una
recopilación de poemas antes que de un poemario uniforme (algunos de los poemas
del libro, de hecho, aparecían como fragmentos de una poética en el blog
lasafinidadeselectivas.blogspot.com). En cualquier caso, junto a nombres como
Manuel Vilas y su jaleo lírico o la deconstrucción de la moral en José Luis
Piquero, Harkaitz Cano significa un metro cuadrado más en el nuevo espacio,
ejem, realista.
*Publicado originalmente en el número de noviembre de 2011 de la revista Quimera
*Publicado originalmente en el número de noviembre de 2011 de la revista Quimera
Qué instructiva y motivadora entrada. Leeré.
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