lunes, 4 de junio de 2012

LA SOMBRA DE UN MELOCOTÓN


Alberto Santamaría, Interior metafísico con galletas,
El Gaviero Ediciones, Almería, 2012, 59 págs.


Dice Wallace Stevens, poeta olímpico en la teogonía  de Alberto Santamaría (Torrelavega, 1978), que es la creencia, y no el dios, lo que cuenta.  Para la metafísica aristotélica —cuando todavía era necesario subir al ático para contemplar el mundo—  lo importante era, ante todo,  averiguar lo divino, aquella ciencia de las primeras causas. Hace mucho que no es dios lo que cuenta ya, pero sí la creencia, la percepción emocionante del mundo: No son las preguntas     —ni siquiera sus palabras— / sino esta melódica sensación de vacío / que metódicamente nos invade, afirma Santamaría. O como dice la cita de Boscán al principio del poemario: ¡Oh, revolver del cielo, que dispuso acá en el mundo un hombre tan confuso! Ya no sabemos qué es peor, si la curiosidad malsana por un qué supremo y por todo lo alto o la constatación, todavía más absurda y angustiosa, de que toda pregunta es inútil. Podremos borrar al dios, podemos borrar la pregunta y sus señas, pero queda acá la creencia dentro del hombre, queda acá algo que nos hipnotiza más allá de la materia.  Queda la predisposición humana como una matemática rara, con tendencia a infinito. Es lo humano, el mundo, explica Santamaría con una imagen maravillosa, quien nos pide arrancarle al día su secreto: Una lámpara de araña en lo alto / nos impide dejar de mirar hacia el techo. ¿Pero qué secreto? Este libro se pregunta, entre muchas cosas, por qué los objetos se desbordan. Santamaría no escribe sobre la metafísica, ni siquiera sobre lo que ahora, y como acabamos de explicar, entendemos por metafísica, sino sobre lo que el escozor metafísico provoca en el hombre. 


Giorgio de Chirico, Interior metafísico con galletas
Santamaría, evidentemente, ha heredado de Stevens la propuesta fronteriza: de qué manera se dan la mano realidad y ficción, qué son estas cosas; por lo menos en El hombre que salió de la tarta (2004) y en Notas de verano sobre ficciones de invierno (2005), una vía reflexiva que guarda relación con sus consideraciones críticas que se pueden leer en su blog (hace muy poco, embistiendo contra el regreso de la crítica conservadora bajo las formas del reseñismo epatante y libertino de la blogosfera). Pero Santamaría es también un poeta vinculado a las bellas artes: no solamente porque maneje referencias (las vértebras pop de su poemario El hombre que salió de la tarta o la alusión a De Chirico y la pintura metafísica), conceptos (hay una clara idea de sublime en este libro, un tema sobre el que el autor ha escrito) y porque además es profesor de estética y arte contemporáneo en la Universidad de Salamanca, sino sobre todo por la calidad plástica de sus versos. De la estética del paisaje sublime, por ejemplo, Santamaría ha tomado la figuración para plantear el problema del metafísico, expresado en forma de desajuste de escala en el primer poema (La habitación es demasiado grande para los dos) o en el tercero (La playa tiene esta forma perpendicular a los hechos), la intimidad humana como un lío entre disposición y predisposición.


Interior metafísico con galletas tiene unas dimensiones más breves que sus anteriores poemarios, su tema está más acotado y quizá por ello tiene un tono más meditativo también sobre el cual se engarzan las imágenes de escuela surrealista (esa forma inusual de juntar palabras donde han militado Neruda, Gamoneda o Luisa Castro, por decir algunos). No encontramos la vertiente novísima que recorría Notas… y El hombre… (esa estética de culturalismo indie que ha practicado gente como Elena Medel en Mi primer bikini: Joey Ramone, Family…), pero permanece el interés por los cuerpos: la fruta, un motivo habitual en su poesía, nos recuerda cuál es el campo de batalla: el de lo sensible, los perfiles, los volúmenes, el juego de la luz: Nada de lámparas ni de genios. En mis ojos / cientos de miles de sensores actúan / para saber  / que esto es un cuenco y su fruta / roja y amarga. Así de simple. Nada más. / Un melocotón reserva pura su piel / para mi instinto.



*Reseña publicada originalmente en el número de junio de 2012 de la revista Quimera.

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