Ginés Aniorte, Las condiciones del pájaro, Renacimiento, Sevilla, 2012, 99 págs.
Dice Mircea Eliade a propósito de
la permanencia de lo sagrado en el arte que
el eclipse de la religiosidad que se produjo en Occidente a finales del siglo
XIX no fue tanto una desaparición como
una reestructuración, el paso de un arte evidentemente sacro a una religiosidad
en el alcantarillado: “el hombre moderno ha olvidado la religión, pero lo sagrado sobrevive en su
inconsciente”. En el mismo sentido, El Centre Pompidou de París albergaba en
2008 una exposición que pretendía visibilizar ese camuflaje, Traces du sacré, desde la aparición de
una religiosidad laica hasta la espiritualidad en el siglo XX.
En Las condiciones del pájaro de Ginés Aniorte (Murcia, 1960) encontramos
un ejemplo un tanto distinto, pero que me parece igualmente interesante para observar las modificaciones ocurridas
en el terreno de la formalización de lo religioso en el arte contemporáneo. Eliade
habla en su texto de supervivencia de lo sagrado bajo unas nuevas formas que no
son explícitamente sacras. Sin embargo, la deriva artística del siglo XX, al
liberarse de las codificaciones, del simbolismo explícito de lo religioso, ganó
el espacio necesario para pensar verdaderamente la naturaleza religiosa de la
obra de arte. De Brancusi a Tàpies, podemos decir que el profano siglo XX ha
sido considerablemente religioso. Frente a esta senda general, Aniorte significa un regreso a la codificación, a la poesía de lo religioso: parte de un texto atribuido a San
Juan de la Cruz (Dichos de luz y amor,
120) en el que se indican cuáles son las cinco condiciones que debe reunir el
alma contemplativa mediante el simbolismo espiritual del pájaro. Aniorte versiona las exigencias de San Juan,
las profana por contradicción y las usa
para estructurar el libro en cinco partes: 'La primera, que se viene conmigo'
(donde San Juan de la Cruz decía “que [el pájaro] se va a lo más alto”), 'La
segunda, que goza mi presencia' (en vez de “que no sufre compañía”), 'La tercera,
que pone el pico al fuego' (en lugar de “que pone el pico al aire”), 'La cuarta,
que al fin se torna oscuro' (cambiando “que no tiene determinado color”) y 'La
quinta, que su canto es herida' (donde el místico español dice “que canta
suavemente”). Esta paráfrasis corrupta podría parecer un asunto menor, pero
resulta que no. La gracia es el tipo de relación que se establece con un
material tradicional religioso: donde San Juan de la Cruz establece un símbolo,
Aniorte realiza un desplazamiento hacia lo alegórico, aquí el pájaro ya no
funciona como una representación codificada por un significado resabido, sino
que es un material de construcción para una proyección personal, dotada de un
nuevo sentido. Este procedimiento, faltaría más, es tan viejo como la retórica,
pero es destacable porque permite desencajar un referente usual e infundirle
nueva vida, logrando la tensión ideal entre la referencia simbólica y la recreación
personal (alegórica) de ese mismo referente.
En este caso, Aniorte reescribe
el pájaro como un símbolo de la escritura, una mediación que mantiene las
constantes de una antigua espiritualidad (el contacto con zonas expandidas en
un más allá, tales son las ficcionales) a la vez que conoce su fuente
originaria (el autor, con sus límites). Todo el libro es una reflexión sobre
las posibilidades de la escritura como lugar de prosperidad fingida. Recuérdese
aquel joven Neruda que decía de la amada: “te forjé como un arma”, para ir al
Aniorte que de una idea forja el pájaro, como cuenta en el preludio, un pájaro
que se expresa en trazos azulados y que vendrá a sanar “un hueco en el pecho”.
Un hueco del que, por otro parte, no sabemos nada.
Pero si Aniorte, por un lado,
parecía optar por la valentía de la profanación, la relectura de lo
tradicional, no podemos decir lo mismo del libro verso a verso. Lo que hace
pensar en un plan interesante tiene un desarrollo mucho más comedido, donde el
autor no se la juega demasiado. Hay muchas comparaciones done una cosa “semeja”
a la otra, hay “altas cumbres” para expresar lo inalcanzable, y fulgores que
embelesan. No hay problema en realidad, free admission para el comedimiento, y
además estamos ante un autor con veinte años de recorrido que sabe cómo
disponer un verso, cuándo interrogar, etcétera; pero he echado de menos verso a
verso lo que me parecía una apuesta de conjunto original. No me ha conmovido,
vaya. Y eso es, como mínimo mínimo, real decreto para mí.
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